La Comunidad Reclamada. Identidades, Utopías y Memorias en la Sociedad Chilena Actual. José Bengoa (2007), Santiago: Catalonia.
Este libro del profesor e investigador de temas de historia y cultura, José Bengoa, es una aproximación muy distinta de las que suelen darse sobre la identidad de la sociedad chilena. Pone el dedo en la llaga sobre temas a veces poco cuestionados sobre nuestra realidad, como que “la modernidad y el crecimiento económico en Chile están siendo acompañados de una pena moral. Que de esa contradicción se derivan muchos problemas sociales, psicológicos, culturales; agresividades, inseguridades y frustraciones. Una ira que a veces nos asusta”, dice el autor.
Consta de tres secciones principales, “La comunidad reclamada”, “Identidad” y “Memoria”. Sobre la primera, hay algunas reflexiones que me llamaron poderosamente la atención, como cuando al hablar sobre las utopías manifiesta una crítica a la tendencia social actual, afirmando que “una sociedad que se encamina hacia el individualismo, que lo transforma en cultura, como ocurre en el Chile utópico de hoy (…) corre el riesgo de no provocar pasión colectiva, de no convocar al sentimiento de unidad necesario, sin el cual no hay vida política ni democracia. Hace una cita de Hannah Arendt, que cabría hacérselas también a nuestras clases dirigentes. Dice, “la clase dirigente, cuando deja de ser solidaria y responsable con clase dirigida, pierde legitimidad y, por tanto, solo se percibe su aspecto de explotación. Nunca más la riqueza será justificada, se los verá como aprovechadores, corruptos, como clase inútil, desechable, descartable. Es por cierto el fin de la clase dirigente, pero también de la clase política y de la democracia. En ese momento el pueblo grita en las calles demandando cambios y arroja piedras sobre los ventanales de los ricos a quienes antes veneró como sus líderes” (p. 36).
Por otro lado, analizando el origen de nuestra desigualdad, el autor señala que la diferencia de principal de nuestra sociedad respecto de otras es la “ausencia primigenia de una comunidad de iguales”. Lo que se construyó fue una sociedad de desiguales: la Hacienda, a la que se denominó una familia. “Somos como una familia, dijeron los hacendados, y llamaron niños a los inquilinos, los protegieron y los golpearon, y a sus mujeres las amaron y despreciaron. La comunidad fundante en la Zona Central, la que da origen a la nacionalidad y al Estado, es de desiguales. La desigualdad está en el origen de nuestra constitución como sociedad” (p. 45). Un poco más adelante José Bengoa arremete contra la negación de la ciudadanía por parte de las clases dirigentes, casi como una continuación de esta sociedad de desiguales. Al respecto expresa ““La ausencia de ciudadanía o ciudadanía incompleta en Chile conduce y ha conducido al tutelaje. Las elites chilenas, al igual que en el tiempo de la ‘pax hacendal’, se autoasignan la misión de tutelar al pueblo. Estos es parte de un imaginario de país en el cual quienes poseen riqueza, dinero, apellidos y, además, son católicos de moral intachable –por cierto a la vista de sus propios y excluidos ojos– tienen el derecho (probablemente divino) de guiar las conciencias de sus coterráneos. Es una negación permanente del ejercicio de la libertad de los otros” (p. 50).
En la sección segunda recorre nuestra identidad e imagen. Al respecto señala que “la modernidad y la globalización en Chile, se entrelaza con elementos fragmentarios del imaginario tradicional rural, con resabios del igualitarismo mesocrático del siglo veinte, con fuertes remembranzas comunitarias y con la nostalgia y melancolía de un “tempo”, indefinido y cada día más mitificado, en el que ‘todos éramos felices’”. Más abajo agrega que la “preocupación por la identidad, las identidades, el sentido colectivo, la reconstrucción comunitaria, en fin, la búsqueda de lazos sociales fuera del mercado, es la expresión de la resistencia de esta sociedad a dejarse disolver” (p. 67). Esta afirmación de los lazos sociales fuera del mercado me obligan a repensar cómo es que estamos construyendo nuestras relaciones y cuáles valores son, por tanto, los que los recorren en nuestra cotidiana.
A parte quedan las descripciones sobre “sentimiento aristocrático”, que por espacio no comentaré latamente. Válgame repetir que Bengoa se pone por fuera de la historia, mira desde lejos bien armado con un catalejo, cuestionando la bondad con la que se miraba y se mira la misma clase dirigente chilena. “La ‘pax hacendal’, con modernizaciones menores, sigue estando presente. Llama la atención la capacidad de cooptación que posee el poder simbólico ejercido. Nadie quisiera estar entre los plebeyos, sin nombre y sin apellido en este Valle Central. Los recién llegados, los Martín Rivas del siglo diecinueve, se disfrazan y, si pueden, buscan establecer alianzas. La clase apellidada se cierra y se abre. Se reproduce en la política, en la educación y los negocios. Sus integrantes creen que son indispensables, los dueños del país, los llamados a decidir los destinos de la Nación. Es en ese sentido una clase dirigente, y de ello no cabe duda” (p. 88). Cabe preguntarse, entonces, ¿cuán solidarios son los que conforman nuestra clase dirigente? y, también, ¿son las luchas políticas actuales representativas de los objetivos nacionales?